miércoles, 15 de agosto de 2018

Mi “viejo” amigo.




La brisa del mar sacudía nuestras melenas como las hojas del árbol en una sudestada. Deambulábamos por la rambla de “La Perla” siempre juntos. En realidad, yo lo seguía a él porque era quien me daba parte de su alimento. Vestía siempre un saco marrón, pantalón negro y unos zapatos desgastados de tanto caminar. Pintaba canas desde hace rato y le gustaba usar la barba larga como si se tratara de una tradición anglosajona. A veces olía a perfume barato y otras veces simplemente su olor era desagradable. Yo igualmente le tenía un gran afecto al viejo y no me importó jamás su olor. Nunca me quiso decir su nombre y yo tampoco se lo pregunté.
Recuerdo aquel día como si fuera hoy. El sol ya había dejado de entregar su calor y la noche se disponía a llegar como la visita de familiares insoportables. Habían pronosticado lluvia y viento. Nosotros ya estábamos acostumbrados al rigor del clima, pero esa tarde era especial. El viejo estaba cansado y tosía más de lo habitual. A esa hora ya nadie quedaba en la playa, así que bajamos las escalinatas hacia la casilla donde dormíamos. Casi cuando estábamos a punto de quedarnos dormidos, oímos gritos. Provenían del mar. El viejo se paró de un salto y miró por la ventana hacia el mar. Solo se veían sombras y se oía el mar enfurecido por la tormenta. Un buen rato estuvo el viejo mirando, a través de esa venta rota.
De repente, con voz ronca gritó: “Que pasa ahí!!!!”, sabiendo que nadie contestaría…. Algo le llamó la atención y volvió a gritar aún con más fuerza. Yo me asomé dando un brinco y no pude ver nada. En ese instante el viejo desapareció de mi vista. Salí de la casilla y aunque el viento y la lluvia eran intensos vi al viejo acercarse a la orilla. Sus pies se movían a prisa. Apenas entró al mar vi dos personas forcejeando. Me apuré para arrimarme al viejo. No se si fue culpa del viento o la lluvia que perdí la noción del lugar adonde me encontraba. Nuevamente un grito y esta vez seguido de un estruendo. Me paralicé por completo y empecé a temblar, imaginándome lo peor.
Un relámpago iluminó la playa y ahí logre divisar al viejo tirado en la orilla cubierto de sangre. Corrí hacia él y traté de animarlo, pero ya era tarde. El viejo solamente me miró y con los dientes apretados por el dolor, quiso decirme algo, aunque solo balbuceaba. Yo miré para todos lados y vi una pareja joven que corría hacia la rambla. Luego me enteré de que el viejo, en su intento de salvar a la muchacha de una discusión, se metió entremedio de una pelea de pareja de celosos. El muchacho, policía de la 4ta de Mar del Plata, forcejeó con el viejo y se le disparó el arma, matando al pobre anciano.
Mi “viejo” amigo había partido. Ya nada podrá devolverme esas largas caminatas por la playa a su lado. Su cariño, su forma de compartir la vida y su alegría quedarán impresos en mi para siempre. Yo solamente vagaré por esos mismos caminos, buscando alguna otra persona a quien poder moverle la cola para que me de algo de comer o simplemente una palmada en la cabeza.

FIN

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