La brisa del mar sacudía nuestras melenas como las hojas del
árbol en una sudestada. Deambulábamos por la rambla de “La Perla” siempre
juntos. En realidad, yo lo seguía a él porque era quien me daba parte de su
alimento. Vestía siempre un saco marrón, pantalón negro y unos zapatos
desgastados de tanto caminar. Pintaba canas desde hace rato y le gustaba usar
la barba larga como si se tratara de una tradición anglosajona. A veces olía a
perfume barato y otras veces simplemente su olor era desagradable. Yo
igualmente le tenía un gran afecto al viejo y no me importó jamás su olor.
Nunca me quiso decir su nombre y yo tampoco se lo pregunté.
Recuerdo aquel día como si fuera hoy. El sol ya había dejado
de entregar su calor y la noche se disponía a llegar como la visita de
familiares insoportables. Habían pronosticado lluvia y viento. Nosotros ya
estábamos acostumbrados al rigor del clima, pero esa tarde era especial. El
viejo estaba cansado y tosía más de lo habitual. A esa hora ya nadie quedaba en
la playa, así que bajamos las escalinatas hacia la casilla donde dormíamos. Casi
cuando estábamos a punto de quedarnos dormidos, oímos gritos. Provenían del
mar. El viejo se paró de un salto y miró por la ventana hacia el mar. Solo se
veían sombras y se oía el mar enfurecido por la tormenta. Un buen rato estuvo
el viejo mirando, a través de esa venta rota.
De repente, con voz ronca gritó: “Que pasa ahí!!!!”,
sabiendo que nadie contestaría…. Algo le llamó la atención y volvió a gritar
aún con más fuerza. Yo me asomé dando un brinco y no pude ver nada. En ese
instante el viejo desapareció de mi vista. Salí de la casilla y aunque el
viento y la lluvia eran intensos vi al viejo acercarse a la orilla. Sus pies se
movían a prisa. Apenas entró al mar vi dos personas forcejeando. Me apuré para
arrimarme al viejo. No se si fue culpa del viento o la lluvia que perdí la
noción del lugar adonde me encontraba. Nuevamente un grito y esta vez seguido
de un estruendo. Me paralicé por completo y empecé a temblar, imaginándome lo
peor.
Un relámpago iluminó la playa y ahí logre divisar al viejo tirado
en la orilla cubierto de sangre. Corrí hacia él y traté de animarlo, pero ya
era tarde. El viejo solamente me miró y con los dientes apretados por el dolor,
quiso decirme algo, aunque solo balbuceaba. Yo miré para todos lados y vi una
pareja joven que corría hacia la rambla. Luego me enteré de que el viejo, en su
intento de salvar a la muchacha de una discusión, se metió entremedio de una
pelea de pareja de celosos. El muchacho, policía de la 4ta de Mar del Plata,
forcejeó con el viejo y se le disparó el arma, matando al pobre anciano.
Mi “viejo” amigo había partido. Ya nada podrá devolverme
esas largas caminatas por la playa a su lado. Su cariño, su forma de compartir
la vida y su alegría quedarán impresos en mi para siempre. Yo solamente vagaré
por esos mismos caminos, buscando alguna otra persona a quien poder moverle la
cola para que me de algo de comer o simplemente una palmada en la cabeza.
Muy sentido. Me emocionó. Muchooo
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