Era una tarde espléndida, de esas en la que la temperatura
era la ideal. El termómetro marcaba 24 grados centígrados y corría una brisa
suave que acariciaba las hojas de los árboles. No había nubes en el cielo y los
niños corrían por el anden jugando a la escondida, mientras sus madres,
despreocupadas charlaban entre sí. Yo esperaba el tren de las 4 y media. Leía una
novela de suspenso de un autor famoso, que no recuerdo el nombre. Una pareja se sentó a mi lado y no tuve
más remedio que oír su charla. Y más que charla, se trataba de una discusión.
De esas que siempre hay. Ella le reclamaba por sus constantes salidas con sus
amigos y él, tartamudeando, no sabía como defenderse y que excusas poner.
Al rato apreció una mujer muy elegante, con zapatos Sarkany
de taco alto y una falda por debajo de sus rodillas, con una cartera haciendo
juego. La noté inquieta, ya que el ruido de sus pisadas no dejaba concentrarme
en mi lectura. Un minuto después llegó un hombre bien vestido, pero
desarreglado y agitado. Lucía un traje Etiqueta Negra de varios miles de pesos. Le entregó un paquete cerrado de papel marrón, atado con una cinta blanca. Conversaron
en voz baja y él se marchó.
A los pocos minutos arribó el tren, haciéndome rechinar los
dientes producto de la frenada de la locomotora. El guarda gritó el destino,
tocó el silbato y yo sabía que era momento para subir al tren que me llevaría
de vuelta a mi casa. Subí dos peldaños, abrí la puerta y me acomodé en el
primer asiento del vagón del medio de la formación. Abrí la ventana y miré en
dirección de la estación, cuando el tren se empezaba a alejar del andén. Ahí vi
nuevamente el paquete marrón, apoyado sobre una de las columnas de la estación,
pero esta vez sin nadie alrededor.
Tuve la intención de dar aviso al guarda del tren, pero una
niña justo golpeó mi codo y me distraje. Cuando miré nuevamente el paquete, ya
no estaba. Había desaparecido. Miré nuevamente a las personas a mi lado y fue
ahí donde oí un ruido estremecedor. Me asomé por la ventana y de la estación
salía un humo negro intenso. El tren se detuvo y se oyeron sirenas. La gente
empezó a bajar del tren, desoyendo el grito desesperado del guarda impidiendo
tal actitud.
Me levanté y con cuidado para no chocar con ningún pasajero
fui hasta donde se suponía que estaba la señora elegante que vi portar el
paquete. No estaba en su lugar, así que me asomé por la puerta del tren,
agarrándome del pasamanos. Sin bajarme por completo para tener una mejor
visión, vi a la señora subiendo a un auto negro y huyendo del lugar a toda
prisa. La gente miraba como la estación de tren envuelta en llamas era
combatida por los bomberos zonales. Yo era testigo de un crimen y no podía
hacer nada. Había en ese tiempo una guerra entre dos sindicatos, que
luchaban por el poder.
A la mañana siguiente me levanté mas temprano y fui
hasta la comisaría más cercana a mi domicilio. Estaba convencido de que ese
crimen no debía salir impune. Cuando estaba por entrar, reconocí a la mujer
elegante, pero para mi asombro, ella estaba vestida de policía. Paré por
completo, di media vuelta y pensando en lo que acababa de ver, me dije a mi
mismo: “Mas vale no arriesgarse por un simple paquete marrón…”.
FIN