miércoles, 15 de agosto de 2018

El paquete



Era una tarde espléndida, de esas en la que la temperatura era la ideal. El termómetro marcaba 24 grados centígrados y corría una brisa suave que acariciaba las hojas de los árboles. No había nubes en el cielo y los niños corrían por el anden jugando a la escondida, mientras sus madres, despreocupadas charlaban entre sí. Yo esperaba el tren de las 4 y media. Leía una novela de suspenso de un autor famoso, que no recuerdo el nombre. Una pareja se sentó a mi lado y no tuve más remedio que oír su charla. Y más que charla, se trataba de una discusión. De esas que siempre hay. Ella le reclamaba por sus constantes salidas con sus amigos y él, tartamudeando, no sabía como defenderse y que excusas poner.
Al rato apreció una mujer muy elegante, con zapatos Sarkany de taco alto y una falda por debajo de sus rodillas, con una cartera haciendo juego. La noté inquieta, ya que el ruido de sus pisadas no dejaba concentrarme en mi lectura. Un minuto después llegó un hombre bien vestido, pero desarreglado y agitado. Lucía un traje Etiqueta Negra de varios miles de pesos. Le entregó un paquete cerrado de papel marrón, atado con una cinta blanca. Conversaron en voz baja y él se marchó.
A los pocos minutos arribó el tren, haciéndome rechinar los dientes producto de la frenada de la locomotora. El guarda gritó el destino, tocó el silbato y yo sabía que era momento para subir al tren que me llevaría de vuelta a mi casa. Subí dos peldaños, abrí la puerta y me acomodé en el primer asiento del vagón del medio de la formación. Abrí la ventana y miré en dirección de la estación, cuando el tren se empezaba a alejar del andén. Ahí vi nuevamente el paquete marrón, apoyado sobre una de las columnas de la estación, pero esta vez sin nadie alrededor.
Tuve la intención de dar aviso al guarda del tren, pero una niña justo golpeó mi codo y me distraje. Cuando miré nuevamente el paquete, ya no estaba. Había desaparecido. Miré nuevamente a las personas a mi lado y fue ahí donde oí un ruido estremecedor. Me asomé por la ventana y de la estación salía un humo negro intenso. El tren se detuvo y se oyeron sirenas. La gente empezó a bajar del tren, desoyendo el grito desesperado del guarda impidiendo tal actitud.
Me levanté y con cuidado para no chocar con ningún pasajero fui hasta donde se suponía que estaba la señora elegante que vi portar el paquete. No estaba en su lugar, así que me asomé por la puerta del tren, agarrándome del pasamanos. Sin bajarme por completo para tener una mejor visión, vi a la señora subiendo a un auto negro y huyendo del lugar a toda prisa. La gente miraba como la estación de tren envuelta en llamas era combatida por los bomberos zonales. Yo era testigo de un crimen y no podía hacer nada. Había en ese tiempo una guerra entre dos sindicatos, que luchaban por el poder. 
A la mañana siguiente me levanté mas temprano y fui hasta la comisaría más cercana a mi domicilio. Estaba convencido de que ese crimen no debía salir impune. Cuando estaba por entrar, reconocí a la mujer elegante, pero para mi asombro, ella estaba vestida de policía. Paré por completo, di media vuelta y pensando en lo que acababa de ver, me dije a mi mismo: “Mas vale no arriesgarse por un simple paquete marrón…”.
FIN

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